Él solía susurrarle al oído lo bonita que era mientras jugaba a levantarle la falda. Ella reía nerviosa, se ruborizaba con esas caricias que se colaban descaradas bajo su ropa. Él le prometió que si ella seguía meciéndose a su lado, llegaría el día que la haría volar. La gravedad ya no tendría sentido. Así llegó un frío día de mediados de ...