Contábamos sólo con cinco días, un presupuesto ajustado y, por suerte, unos amigos expertos en viajes que nos recomendaron la ciudad ideal para nuestras circunstancias vacacionales.
– » Budapest sorprende » – me dijeron. Y no estaban nada equivocados. En mi caso es que no sólo me sorprendió, es que me FLIPÓ. Sí, señor. En mayúsculas.
Es una ciudad de contrastes, donde no puedes para de mirar hacia arriba y maravillarte con su arquitectura, con una historia de las que te tocan la fibra y un movimiento alternativo que la hace a la vez más contemporánea de lo que nunca habrías llegado a imaginar.
No voy a daros mil y un datos, ya que además de ser pésima para ello, prefiero enseñárosla a través de mi mirada y de paso, recomendaros el blog de mi querido amigo Dave «Mi mundo en una maleta» , que fue uno de mis guías principales para descubrir la ciudad.
El Danubio divide a la ciudad en dos partes: Buda, la antigua sede real y zona más antigua de la ciudad y Pest, al este, más grande, moderna , comercial y con un gran encanto.
Calienta bien el cuello, ya que puedes acabar con una tortícolis de aúpa de tanto mirar hacia el cielo. Fachadas espectaculares se suceden sin parar.
Nuestro apartamento se encontraba en este patio interior tan bonito que nos recordaba a las corralas madrileñas.
El primer día decidimos cruzar el Danubio y visitar Buda, lo que implicaba andar, andar, andar y seguir andando mucho, muchísimo. Así que decidimos alimentarnos como unas señoronas en el Kino Café. Tomamos un brunch de los que te acabas por gula y porque te parece mal dejar comida rica en el plato. Tres huevos me pusieron. ¡Tres! Y lo mejor es que fue baratísimo.
Cruzamos por esta maravilla de puente, El Puente de la Libertad, que estaba cortado al tráfico y donde la gente se entretenía en subirse y hacerse el selfie de turno (o darse el lote) desde los puntos más altos alcanzables.
Llegamos al Hotel Gellért, donde se encuentran los famosos baños con el mismo nombre. Tanto por fuera como por dentro era una auténtica belleza.
Y ya fue aquí donde comencé a ver la estética de Wes Anderson en cada rincón, incluso apuesto a que los Baños Gellért sirvieron de inspiración para los de» El Gran Hotel Budapest» , que digo yo que algo tendrá de la ciudad si la lleva en el título.
No me digáis que no es Wes total. Ay.
No pude fotografiar sus baños ya que no nos daba tiempo a pasar el día a remojo y tan sólo pude asomarme de refilón porque había una chica la mar de «simpática» que me hacía «Shishssttt» con cara de lechuga revenida y me lanzaba una mirada asesina cada vez que intentaba cotillear sin pagar entrada, claro.
Para subir a la colina de Buda usamos el funicular y éste sí que es el que inspiró al de «El Gran Hotel Budapest«. El mismito.
Desde allí hay unas vistas espectaculares de Pest con el Puente de las Cadenas. Resulta un sitio ideal para tomar una panorámica de la ciudad.
Que me perdonen mis paisanos y la Basílica del Pilar, pero de esta forma llegamos hasta la iglesia más bella que he visto hasta ahora. La Iglesia de Matías es simplemente espectacular.
En Buda había también casitas de colores con ojos de dragón y una fortaleza blanca como salida de un cuento: El Bastión de los Pescadores.
Justo la batería de mi cámara decidió morir en aquel momento e hice la única foto que tengo del lugar con el móvil y ya cuando había bajado mucho la luz, de ahí que sea un poco «creepy».
Nuestro apartamento se encontraba junto a la estación de tren Nyugati, que fue construída por la compañía Eiffel. Lo de los trenes tan antiguos y las enormes puertas en verde menta me fascinó, como podréis imaginar.
Dentro de la estación se encuentra uno de los Mc Donalds más bonitos del mundo, así que tenía que verlo, que no estar tan loca como para comer allí, sobre todo cuando en Budapest se come tan rico por muy poco dinero.
Desde allí con el tranvía llegamos en nada al Café New York, el más famoso, más majestuoso, más bello y todo lo que queráis, pero un capuccino a siete euros en una ciudad donde los cobran a uno. Eso sí, es impresionante y merece al menos entrar y cotillear.
Nuestro plan el segundo día era perdernos por las callecitas del barrio judío, al que volvimos en repetidas ocasiones porque nos encantó.
Aquí podéis ver la impresionante Sinagoga Judía, la segunda más grande del mundo después de la de Jerusalén.
Probamos la comida judía, en este caso comimos en Ricsi’s World’s Jewish Street Food en un patio la mar de cuco. Estaba todo riquísimo, ese bocata de ternera marinada y no sé cuantos ingredientes más estaba de muerte. Y la sidra para qué contar. También probamos los pasteles típicos kosher: el strudel de cereza y el dobos, una tarta de tres pisos compuesta de manzana, semillas de amapola y almendra y que volvió loquita a Carmen, mi compañera de aventuras. Vamos, que se me hace la boca agua de acordarme (y yo aquí, bien de gimnasio y comida sana postvacacional…).
Es así como llegamos a mi parte favorita y la razón que me convenció del todo para visitar Budapest : los Ruin Pubs. A fli-par-lo.
Los Ruin Pubs son (casi) literalmente bares en ruinas, ya que se trata de edificios centenarios a los que jóvenes emprendedores han dotado de una nueva vida. Espacios alternativos en los que las paredes desconchadas se llenan de pintadas y objetos de todo tipo que dotan al bar de una nueva dimensión. Lugares increiblemente creativos dignos de visitar tanto de día como de noche.
En la fotografía de arriba podéis ver el Kuplung con sus medusas colgantes y abajo las entradas del Instant y de mi favorito, el Szimpla Kert.
Estuvimos de fiesta en Szimpla y en Instant y la experiencia es genial, estás en otro mundo, totalmente psicodélico. El Instant es el que cierra más tarde y por la noche es alucinante, es un laberinto de salas llenas de collages en las paredes , muebles reutilizados y diferentes tipos de música en las salas. Eso sí, por el día pierde bastante, es más un bar de noche.
Otro día volvimos por la tarde para disfrutar del Szimpla Kert con luz natural y como podéis ver, me gustó tanto, que no podía parar de hacer fotos. Locurón.
No me extraña que sea considerado uno de los mejores bares del mundo según la Lonely Planet. Ah! Y la cerveza, barata.
También fuimos al Fogas Haz , otro de los más famosos, pero tuvimos una decepcionante sorpresa cuando nos lo encontramos en obras.
No podía irme de Budapest sin ver las fotografías originales del gran Robert Capa, ya que era de allí. El edificio es una preciosidad por fuera, pero en realidad, la exposición es muy pequeñita y tampoco hay mucho que ver. Quizá esperaba encontrar algún objeto personal suyo o de Gerda Taro, cuando, en realidad, se trata sólo de dos salas pequeñas con fotografías y algunas vitrinas con revistas. Eso sí, como a cualquier fotógrafo, algo indescriptible se te mueve por dentro cuando ves las míticas fotografías de Capa tan de cerca.
Otro día lo dedicamos a ver el Parlamento, el edificio más representativo de la ciudad. Reservamos una visita guida para verlo por dentro que, desde luego, mereció la pena. Es una maravilla.
Me quedé con las ganas de fotografiarlo de noche, pero siempre será un motivo más añadido a la lista de razones por las que volver a Budapest.
Detrás del Parlamento y a la orilla del Danubio, encontramos el monumento de los Zapatos, en memoria de las víctimas del holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial. Allí se les ataba en parejas y, tras disparar a uno de ellos, sus cuerpos eran arrojados al río. Aquel que no había recibido el disparo, moría ahogado arrastrado por su acompañante. Desde luego es sobrecogedor y muy triste, pero a la vez bonito ver como la gente sigue dejando flores y notas en los zapatos en recuerdo a las víctimas.
Por último llegamos a mi segundo momento favorito del viaje, sin duda: el Balneario Széchenyi.
Para ir hasta allí, además de en bus, puedes hacerlo en metro, con el Metropolitano del Milenio y ver una de las líneas más antiguas y bellas del mundo, o bien, darte el paseo de tu vida recorriendo la impresionante Avenida Andrássy. Ésta desemboca en la famosa Plaza de los Héroes y da paso al precioso parque donde se encuentran los baños.
Hablando del metro, algo que llamó poderosamente nuestra atención fue lo rápido que van las escaleras mecánicas. Os aseguro que suben y bajan al menos al doble de velocidad que las españolas. También los semáforos en verde para peatones duran un suspiro, así que no me queda otro remedio que pensar que el húngaro que vive en Budapest desarrolla el superpoder de la velocidad y que cuando llegas a la vejez, te conviertes en un abuelito sorprendentemente ligero y rápido.
( ¿Puede alguien adoptarme en este palacio, por favor? Soy pequeñita, no ocupo mucho. )
Agosto. Treinta y pico grados. Los baños a reventar.
Si podéis visitarlos durante la primavera o el otoño supongo que no os rozaréis con media humanidad y estaréis más a gusto. Aún así, soy un pececillo, me encanta estar a remojo y una no se baña en agua termal todos los días; solución: los baños interiores están menos concurridos y son una belleza también.
¿Qué me decís de esos vestuarios y lo increíblemente bonito que es el Balneario? Así estaba yo, alucinando con cara de tonta todo el tiempo.
El último día, antes de nuestro vuelo, decidimos visitar el Mercado Central para comer algún plato típico y comprar algún detallito para la familia. Yo compré paprika ahumada, que la usan mucho para los embutidos y el queso. Al fin y al cabo, la paprika es pimentón, ni más ni menos.
Me he ido de Budapest con la penita de no haber probado el gulash ni el famoso pollo a la paprika, supongo que hacía demasiado calor para meternos al cuerpo platos tan contundentes. Lo que sí comimos en el mismo mercado fue el típico salami y los Langos: una especie de masa de buñuelo en forma de pizza frita que aderezan con queso, crema agria, vegetales y embutido. Riquísimo.
Debo añadir que, en general, comer y beber es barato y el transporte cuesta más o menos como en España, así que es un destino a tener en cuenta si no se dispone de un presupuesto muy alto como era nuestro caso.
Después de ésto no es de extrañar que Budapest sea llamada » La Perla del Danubio» , esa gran desconocida, pero que me da en la nariz que se va a convertir en la nueva Oporto. Es de esas ciudades bonitas y baratas que , de repente, despiertan la fiebre instagramera y cualquier influencer que se precie comienza a subir fotos.
A mí me ha encantado, de hecho, volvería con los ojos cerrados. Eso sí, ahorraría un poquito más, sumaría algo así como diez o quince días y añadiría a mi destino Praga y Viena y el festival de música Sziget para que fuera un viaje más que redondo.
Y a vosotros, ¿qué os ha parecido Budapest?
….
Nota: Para los que sintáis curiosidad, todas las fotografías están hechas con mi cámara compacta o con el móvil. El caso es que cuando estoy de vacaciones o de viaje procuro dejar a mi yo «fotógrafa perfeccionista» en casa y simplemente disfrutar del lugar sin tener que cargar peso, vivir el momento y hacer fotografías tan sólo como recuerdo.
agosto 31, 2016
Muchísimas gracias por nombrarnos Nei !!!! Qué ciudad tan preciosa… cómo nos gustó !!!! y qué fotos tan bonitas querida !!!!
Me encanta que te haya gustado tanto la ciudad !
Un besazo
agosto 31, 2016
Me he vuelto totalmente loca! Que preciosidad de ciudad, apuntada en la lista desde ya…
Besos!
agosto 31, 2016
Es una maravilla Dave! Vaya descubrimiento! Muaaa <3
agosto 31, 2016
Lo curioso es que yo ni me habría planteado visitarla y me ha fascinado. Totalmente recomendable Cecilia.
Besicos!